Tu noche y la mía

Sinopsis

Israel y Mía cruzan sus caminos a los dieciocho años, en un intenso verano en Tarragona, en el que predominan los días llenos de amistad, risas y horas bajo el cálido sol del Mediterráneo. Sus momentos juntos se tejen con baños en el mar, emocionantes carreras en motos acuáticas y noches de acordes íntimos que brotan de una guitarra.

Sin embargo, el destino se interpone al finalizar el verano, separándolos en un giro inesperado.

Serán necesarios cinco años para que la vida los reúna de nuevo, en un reencuentro que despierta interrogantes profundos. Reviviendo sus memorias compartidas, se enfrentan a la pregunta crucial: ¿qué significará este nuevo capítulo en sus vidas? ¿Será verdad que el primer amor nunca se olvida?

En esta cautivadora historia de segundas oportunidades, Israel y Mía explorarán los recuerdos y las emociones que quedaron suspendidos en el tiempo. A medida que desentrañan los misterios del pasado y se enfrentan a las complejidades del presente, descubrirán si el vínculo que forjaron en aquel verano mágico puede resistir la prueba del tiempo y florecer en una conexión perdurable.

Comienzo

El verano es mi época preferida del año. Se acaban los estudios y puedo pasar tiempo con mis amigos, disfrutar de la playa y de no hacer nada más. Este año repetimos destino: Tarragona. Lo necesito más que nunca, ya que, después de las pruebas EBAU, me siento agotada. Ha sido una locura con muchas horas de estudio, de nervios, de cafés y de noches sin dormir, pero por fin se ha acabado.

Hace ya algunos años que compartimos las vacaciones de verano con mi familia materna. Es un caos, pero lo pasamos genial. Hemos alquilado unos apartamentos. El lugar nos cautivó por su tranquilidad y por ofrecernos todo lo que necesitamos.

—¿Sabes si Gisela ya está aquí? —pregunto con ansia a mi madre—. No me contesta el mensaje.

—No creo. Han salido hace una hora de Valencia —me responde desde el asiento delantero del coche.

—¡Qué ganas tengo de verla!

—Tranquila, tenéis un mes por delante.

Sonrío mientras vuelvo a conectar el iPod para escuchar música.

Cuando aparcamos, la tía Ángela ya ha llegado con los gemelos y los abuelos. Salimos del coche y todo son abrazos y besos. Los gemelos, de diez años, no han perdido el tiempo y le han quitado el bastón al abuelo.

—¡Hugo, Carlos! ¡La madre que os parió! —grita la tía Ángela—. ¡Traed el bastón del abuelo ahora mismo!

—Qué guapa estás, cariño —me alaba la abuela—. Estás hecha una mujercita.

—Gracias.

—Estos niños son unos demonios —se queja el abuelo mientras se acerca.

—Juan, mira qué guapa está tu nieta —le dice la abuela.

—Muy guapa. Dame un beso.

—Hola —saludo con cariño—. ¿Qué tal estás?

—Pues ya ves, cada día más viejo.

—Papá, toma el bastón —le ofrece la tía Ángela.

—Esos hijos tuyos un día de estos van a acabar conmigo. ¡Magdalena! —grita para llamar a su mujer—. Mírame la tensión con la maquinita esa, que seguro que se me ha disparado.

—Vamos dentro, que aquí fuera hace mucho calor —accede mi abuela con paciencia.

—Mía, trae tu maleta —me pide mi madre.

Guardo la ropa en los armarios hasta que oigo un coche y salgo a toda prisa para recibir a Gisela.

—Loca, ¡qué guapa! —Nos abrazamos con fuerza.

—Te he echado de menos, primita.

La última vez que nos vimos fue en Navidad y de eso ya hace siete meses. Saludo con cariño a sus padres, la tía Sole y el tío Javier, que para mí son como unos segundos padres.

Ayudo a Gisela a colocar sus cosas en nuestro dormitorio. Al igual que el año pasado, hemos alquilado dos apartamentos colindantes. Tienen una sola planta con tres habitaciones cada uno, un salón-comedor, una cocina pequeña y un baño. Las estancias no son grandes, pero sí acogedoras. Me encantan las terrazas. A la de la primera planta se accede por el comedor y es en la que solemos reunirnos para cenar. En un lateral se encuentran unas escaleras que llevan a la azotea, donde tendemos la ropa y desde la que se divisa una magnífica panorámica del mar. Los dos apartamentos tienen la misma distribución. En uno se alojan los abuelos con la tía Ángela, el tío Jaime y los gemelos; el otro lo ocupamos Gisela, sus padres, los míos y yo. El año pasado mi hermana Laura durmió en el sofá-cama, pero este verano lo pasará con la familia de su novio.

—¿Vamos a dar una vuelta? —pregunta Gisela cuando acabamos de guardar la ropa.

—Sí —accedo ilusionada.

Al salir, vemos que al lado hay una familia que descarga del coche sus pertenencias. Son un matrimonio con dos hijos. El mayor parece de nuestra edad y el pequeño, similar a la de los gemelos.

—Hola —nos saluda el más joven una vez sus padres han accedido al interior—. Me llamo Sergio.

—Hola, soy Gisela y ella es mi prima, Mía.

—Él es mi hermano, Israel.

Mi mirada recae sobre el hermano mayor y lo primero que me llama la atención es su pelo castaño claro y largo hasta más abajo de los hombros.

—Hola —saluda escueto.

—Parece que somos vecinos —dice Sergio jovial.

—Pues sí —coincide Gisela—. ¿De dónde sois?

—De Burgos, ¿y vosotras?

—De Barcelona y de Valencia.

—Nosotros tenemos familia en Barcelona por parte de nuestra madre —comenta resuelto Sergio.

—¿De dónde? —me intereso.

—D´Arenys de Mar, ¿verdad, Isra?

Este se limita a asentir.

—Está bastante cerca de Barcelona —afirmo.

—¿Tú eres de Barcelona capital? —interviene por primera vez el hermano mayor.

—Sí.

—¿Os vais a quedar todo el mes? —quiere saber Gisela.

—Sí, y ¿vosotras?

—También. Así que seguro que nos veremos a menudo.

Israel hace un movimiento para reanudar la marcha y deja ver la funda de un instrumento a su espalda.

—¿Es una guitarra? —pregunta curiosa Gisela.

—Sí, mi hermano toca la guitarra y canta. Algún día será el cantante de un grupo famoso.

—Como podéis ver, Sergio es bastante entusiasta. —Israel le revuelve el cabello con una sonrisa.

—Di que sí, chaval —lo anima Gisela.

Sonreímos con complicidad.

—Tenemos que ir a deshacer las maletas —dice Israel—. Ya nos veremos.

—Claro.

—Seguro.

—¡Vaya rollo! —se queja Sergio antes de alejarse.

—Es mono, ¿no? —suelta Gisela en cuanto desaparecen—. Y un poco reservado. Sobre todo, al lado de su hermano. ¡Qué peligro tiene!

—Sí. —Sonrío al recordar su desparpajo—. Seguro que no se aburren con él.

—Desde luego, aunque nosotras con los gemelos tampoco.

—Lo nuestro es peor que es por partida doble.

—¿Dónde estábamos? Ah, sí, cuéntame qué tal las pruebas de acceso.

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